Por @Vlátido
Uno
Repentinamente, aparece en el retrovisor un auto a toda velocidad. Lo alcanzo a ver, de inmediato tomo el carril de baja. Circulo al límite permitido. Dejo que el vehículo pase y me mantengo a la derecha.
Esto ya parece autopista –pienso.
Continúo por la vía. Se trata del nuevo paso a desnivel en el lado norte de la ciudad. Un puente doble que implicó el derribo de árboles sobre el camellón, la ausencia de pasos peatonales y el deterioro de las calles de colonias aledañas.
Las autoridades celebraron su construcción. Esta obra pública significa modernización de la ciudad. Una belleza, dijeron.
Dos
La modernidad nunca, no siempre ha sido lo mejor. Los poetas, los artistas no le cantaron loas ni vivas. Al contrario. La ciudad, símbolo de lo moderno, implica soledad, exasperación de la condición humana. La ciudad se convirtió en despiadada musa, en abandono de la representación de la naturaleza. Nada de bucolismo, bienvenido el cemento.
Baudelaire señala la paradoja de la ciudad, lugar de anonimato y de soledad, pero también para el flaneur: el que la recorre a pie, cuando se puede. No siempre. El símbolo de la modernidad es, sí, la ciudad. Pero de a poco ha sido desencanto: láminas andantes, centros comerciales, fronteras culturales, tristes no-lugares.
El grupo de rock Café Tacuba, en “Trópico de cáncer”, con ironía, lamenta a quien prefiere poner un pie afuera de la modernidad:
¿Cómo es que te vas, Salvador
de la compañía si todavía hay mucho verdor?
Si el progreso es nuestro oficio
y aún queda por ahí mucho indio
que no sabe lo que es vivir en una ciudad
como la gente
¿Que no ves que eres un puente
entre el salvajismo y el modernismo?
Tres
Los grupos de WhatsApp son otros lugares de encuentro. Herramientas novísimas, modernas, de la comunicación. Los vecinos subieron al grupo la foto de Ribalkó tirada en el pavimento caliente, sin vida.
Es mi gata –dije.
Esa misma tarde la llevé al panteón de mascotas. Ribalkó tenía un espíritu libre, flaneur; buscaba la manera de salir de casa. Se subía al techo y recorría la calle. Una calle que antes del puente, ese monstruo moderno y bello, era un andador peatonal: pocos carros, mucha gente a pie.
La construcción del puente, que aún no termina, desvió el tráfico a la colonia. Los carros, cuyos conductores son ajenos a las dinámicas comunitarias, de estas comunidades, aceleran, corren a velocidades no permitidas. Arrasan con todo a su paso, con el bienestar y la tranquilidad, con las vidas de las mascotas que, es cierto, nada saben de la modernidad y corren alegres por las calles.
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