Ana Castro//Divergente.info.- Cuando comencé a ver Normal People no tenía grandes expectativas, pues había leído de los grandes “opinológos” del cine buenos y malos comentarios, como en todo.
Al ser una historia con el cliché del romance que es y no es, pintaba para ser “una adaptación” más. Vi el capítulo uno, la pausé por mes y medio y entonces la retomé.
Tras descubrir que la trama se desarrolla en Irlanda y que toca temas sobre el ser y la falta de comunicación que hay entre nosotros los humanos, muy ad-hoc en estos días donde pareciera ser que estamos más reacios a comunicarnos pese a vivir en una época hiperconectada, llamó mi atención.
Sí, es una historia de ‘millennials’, escrita por una irlandesa millennial (Sally Rooney), para millennials, pero que ahonda bastante en un tema que permea en la sociedad desde hace cientos de años: la incapacidad del ser humano de externar sus emociones, de lidiar con ellas, pero sobre todo hace hincapié en el pan nuestro de hoy en día: la reticencia al compromiso.
A decir verdad, es una historia romántica –porque sí, Imma Girl, y me gustan las historias románticas- de una relación autodestructiva en cierta forma, pero sin duda lo que llama mucho la atención es el manejo que le da Marianne (Daisy Edgar-Jones) a sus heridas de la infancia, pues a través de prácticas sexuales vinculadas al BDSM establece una dicotomía entre inclinaciones eróticas donde: el sexo bueno es aquel que se asocia a lo romántico y cualquier otra forma de experimentarlo es una abominación.
La historia “amorosa” entre Marianne y Connell (Paul Mescal) tiene más desencuentros y desatinos que nuestro presidente cabecita de algodón en su tan horrenda y aburrida mañanera, pero muestra las consecuencias de no saber pronunciar la bonita frase: “quiero quedarme”.
La insoportable levedad del autosabotaje
Normal People no es más que una crónica centrada en dos ‘millennials’ que parecen haber sido creados uno para el otro y que, por lo mismo, no pueden evitar sabotear de manera alternada y simultanea su relación.
Todos en esta vida, o al menos la mayoría, hemos tenido un amor con quien pese a la conexión y atracción mutua pareciéramos estar destinados a alejarnos cuando, quizá, estamos más cerca.
Probablemente no por cuestiones de clases sociales como en la historia de Marianne y Connell, pero sí por ese miedo que a veces te da entregarte a alguien o ser vulnerable ante esa persona.
Hay mucho más de donde cortar y contar sobre este dramón chaval, pero dejaré que ustedes decidan entrar o no a la melodramática historia que creó Rooney y emitan su propia opinión.
La apuesta de Hulu
Lo cierto es que Hulu está dando material bastante interesante en cuanto a series se refiere, ya lo hizo con The Act y la magistral actuación de Joey King como Gypsy Blanchard, personaje que en lo personal me pareció muy desesperante y pese a ser una buena trama, no me acaba de enganchar.
Nos sorprendió también con la adaptación para TV de la obra de Nick Hornby: High Fidelity, comedia romántica que vio la luz en un filme de la mano de John Cusack y Jack Black en la entrada del milenio, pero que ahora con una dinámica un tanto diferente y una interpretación bastante interesante de Zoë Kravitz le da ese refresh a la obra, lastima que fue cancelada para una segunda temporada.
Y desde luego su joya más preciada: The Handmaid’s Tale con una Elisabeth Moss impresionante, aunque yo la prefiero en Mad Men y Little Fires Everywhere, esta última que ya se convirtió en una serie que desafía los prejuicios, toca el tema del racismo y nos da unas Reese Whiterspoon y Kerry Washington en papeles diferentes a lo que acostumbran hacer, aun con el cliché de que “las mujeres dan todo por sus hijos” ya muy explotado en otras series como Big Little Lies.