Vladimir González Roblero//Divergente.info
Uno
Cárcel. En La orilla y la maldad (2006), Héctor Cortés Mandujano dice, a propósito de la prisión de Cerro Hueco: “Tal vez mandarla a las afueras sea parte de la estructura ideológica, como dicen los urbanistas: sacar la cárcel de la ciudad supone alejar el mal”.
El libro recoge testimonios de presos y a la vez construye la historia de la cárcel: primero La Peni o La Casona de Piedra, después Cerro Hueco y finalmente El Amate. Las historias aquí contadas, desea el autor, pretenden que el lector, al tocar una página toque a un ser humano.
“El ‘Kual’ era como loco, hacía cosas indebidas, ¿no? Un día se drogó, antes de entrar a la cárcel, y agarró a su mamá de mujer. Así. Mató al papá y su mamá era profesora. Quizá por celos. En la cárcel enloqueció y lo amarraban (…) A lo mejor lo consintió mucho y ahí estuvo el detalle. Y después como que le gustó, ¿no?”
Dos
Clínica. El mal desterrado supuso también otra institución: la clínica. En ella estaban los apestados. Locos y leprosos. El Anexo le llaman algunos. Muchos anormales, como también les conocen, son recluidos ahí. Otros felizmente deambulan por las calles.
Son excluidos además: herejes, tontos, delincuentes, pobres, drogadictos, borrachos, enfermos, peligrosos dicen. Los niega la sociedad y les niega la libertad.
“Norma Estrella” es el título de una pieza musical de Helicón, banda que incubó a La Castañeda (sí, el manicomio) y que la popularizó como “La fiebre de Norma”.
Aquí la negación:
Cuando su amante llega
Le dicen tu Norma está enferma
Es una mujer tan bella
Hace espejos se rompan
Basta tan sólo con verla
Encontrarla en la sala de espera
Y dicen a Norma Estrella, su brillo se opaca.
(Escucha la versión original: https://goo.gl/M66Nte)
Tres
Fábrica. El surgimiento del punk en la década de 1970 recuperó las ideas anarquistas propaladas al menos un siglo antes. La condición decimonónica no ha cambiado mucho: precarización laboral y hastío citadino. De ella, en cierto modo, dieron cuenta los poetas malditos al señalar el malestar de los habitantes de las ciudades.
El surgimiento de la fábrica, además, propició una división en el uso del tiempo: el trabajo y el ocio. La burguesía disfrutaba del ocio; el obrero vivía encerrado, similitud y metáfora, en la fábrica. La jornada laboral se controló, como si cárcel, con la finalidad de garantizar la producción.
Síndrome, una banda mexicana de punk, así lo canta:
En la distracción ocupacional de la factoría
Inhalando contaminación
La nube negra, el gas letal
Amasando fortunas ajenas
Destrozado sin piedad
En el letargo laboral
Checo la tarjeta de salida
Atrapado en la factoría.
(Escucha: https://goo.gl/TKYHGt)
Cuatro
Universidad. Ingenuamente el ethos neoliberal piensa que a mayor control mayor producción. Esta máxima ha llegado a las universidades. El horario laboral y la vigilancia son estrategia. Lo que no saben es que el quehacer académico no sucede exclusivamente en las aulas, ni tiene límite temporal. La racionalidad que esto implica se contradice con la creatividad y la educación como ejercicios de libertad.
Lo lamentable son sus celadores. Educadores ellos actúan sin criterio. Se piensan a sí mismos como burócratas, no en el sentido eficiente de Weber, sino en el común: el (torpe) poderoso.
Al final nadie escribe, ni investiga, ni hace más. La ilusión del mercado reduce al profesor como obrero y al alumno como depositario. Desechables. Vigilar y castigar diría Foucault.
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